Fuente www.abc.es
ISRAEL
VIANA isra_viana / MADRID
Día
15/07/2013 - 09.04h
El pinchazo de la burbuja inmobiliaria dejó al sector sumido en una crisis sin precedentes en España, con infinidad de yacimientos sin excavar y miles de arqueólogos en paro que ven a la disciplina «prácticamente desaparecida»
«No me olvido de la arqueología, lo que pasa es que con ella ahora no puedo
comer y las facturas hay que pagarlas». Diana del Pozo es la presidenta
de Colegio de Arqueólogos de Madrid. Tiene 32 años. Empezó a trabajar en
la universidad mientras estudiaba Historia y, desde 2004, ha ido enganchando
una excavación tras otra. «Hasta que hace un año me quedé en paro, como la
mayoría de los arqueólogos, así que decidí montar una tienda de regalos en Alcalá de Henares. No podía esperar más tiempo
esperando a que me volviera a llamar», cuenta.
EFE. Excavaciones arqueológicas en el yacimiento de Cástulo (Linares), en 2011
«Las empresas más grandes han pasado de tener más de 100 arqueólogos contratados a seis»
Su caso no es
más que uno de los muchos que representan a un sector que en la actualidad se
encuentra herido de muerte en España a causa, sobre todo, del pinchazo de la burbuja inmobiliaria
que se produjo en 2008. Las consecuencias han sido nefastas para este nicho
de la cultura. Hay miles de arqueólogos en paro y
los pocos que aguantan sobreviven cobrando sueldos de menos de 1.000 euros.
Cientos de empresas del sector cerradas o sin ningún tipo de actividad,
completamente ahogadas por las deudas. Y se han quedado infinidad de
yacimientos sin poder ser excavados y otros tantos intervenidos en malas
condiciones. A poco que uno pregunte dentro del colectivo, las respuestas son
siempre las mismas: «La arqueología de urgencia está prácticamente
desaparecida», «de los cientos de arqueólogos que conozco han dejado de
trabajar prácticamente el 100%», «las condiciones son absolutamente precarias»
o «las empresas más grandes han pasado de tener más de 100 arqueólogos
contratados a seis».
El «boom» de la construcción a principios de la década pasada
significó también el «boom» de la arqueología en España, ya que, cuando se
aprobó la Ley de Patrimonio de 1984, los constructores empezaron a estar
obligados a contratar el servicio de arqueólogos para prospectar el terreno y
excavar los yacimientos que pudieran verse afectados por la obra. «Hay países
en los que esta intervención se hace a través de la Administración Pública,
pero en España se construía tanto que resultaba imposible. Se decidió entonces
que fueran arqueólogos contratados por empresas privadas los que se encargaran.
A principios de los 90 surgieron las primeras empresas y, entre 2000 y 2005, se
produjo el gran crecimiento», explica la socióloga del CSIC Eva Parga Dans,
que en 2009 realizó una encuesta sobre las empresas de arqueología en España.
De 300 a 10.000 yacimientos
En 1975 apenas se llegaba a las 300 excavaciones abiertas en
toda España, mientras que en 2005 eran más de 10.000. El número de
excavaciones creció tanto como el de las empresas de arqueología, de las que se
crearon más del 40% entre 2000 y 2005. Esta fiebre dio empleo en excavaciones a
decenas de miles de licenciados en Historia que ahora, con la crisis del ladrillo, han pasado a formar
parte de la lista del paro.
«En los últimos 10 años se ha excavado por encima de nuestras posibilidades»
«En los últimos
10 años, utilizando la frase del Gobierno, se ha excavado por encima de
nuestras posibilidades. Ha sido tan desmedido que se creó la burbuja de la
arqueología, hasta que se pinchó junto a la de la construcción. Volver al nivel
de trabajo de antes es impensable. Teníamos que haber tenido en cuenta que lo
que se estaba haciendo no era real», asegura Jaime Almansa, un madrileño
de 29 años que, a finales de 2009, fundó JAS, una empresa de
arqueología que ha decidido buscarse las habichuelas fuera de las
excavaciones.
No hay que olvidar que durante los años de bonanza económica,
la práctica totalidad de los ingresos de la arqueología procedía de la construcción.
Por un lado, de la inversión de las constructoras, que se lanzaron sin control
a edificar viviendas, urbanizaciones o centros comerciales y tenían que
realizar la correspondiente intervención arqueológica previa. Y por otro, de
las obras de promoción pública (carreteras, vías del tren, tuberías…) dependientes del Ministerio
de Fomento, de los gobiernos regionales o de los ayuntamientos. Pero desde
2008, tanto
las constructoras como las entidades públicas «están hundidísimas», comenta
Almansa.
El Ministerio de Hacienda acaba de denegar las subvenciones
que la Secretaría de Estado de Cultura había concedido a 30 grupos de
universidades españolas para proyectos de arqueología. En Castilla-La Mancha,
el Gobierno anunciaba hace no mucho el cierre de hasta cuatro importantes
parques arqueológicos y, en Alicante, el proyecto sobre el conjunto islámico
del Castellar d’Elx lleva dos años parado por los recortes. Son solo uno
ejemplos a los que hay que sumar, en el ámbito privado, que el año pasado se
construyeron menos del 10% de las 865.000 viviendas que se edificaron en
2006, el máximo histórico, las cuentas no salen ahora para este sector
cultural.
Empresas sin actividad
Según los datos provisionales que está comenzando a arrojar
la segunda edición de la encuesta del CSIC, han desaparecido el 35% de las 273 empresas de arqueología
contabilizadas en 2009. Un dato preocupante que, de todas formas, no es
representativo de la realidad, ya que muchos arqueólogos mantienen sus empresas
abiertas, pero sin actividad. «Hace poco una arqueóloga me contaba que no tenía
ningún trabajo contratado aunque no hubiera dado de baja su empresa», comenta
la presidenta del Colegio de Arqueólogos madrileño.
«Hay excavaciones que estaban proyectadas y que se han quedado en suspenso»
«Ya nadie
construye. Hay incluso intervenciones arqueológicas que estaban proyectadas y
se han quedado en suspenso. Y se han dado casos de constructoras que han
quebrado y han dejado empantanadas a empresas de arqueología con 100.000 o
200.000 euros de deuda una vez terminada la excavación», añade Almansa, ahora
dedicado principalmente a la edición de libros relacionados con la arqueología,
como «Indiana Jones sin futuro» (JAS, 2012).
Esa falta de perspectiva es precisamente la consecuencia más
inmediata para miles de arqueólogos que se han ido al paro y para los pocos
que, por lo menos, han encontrado trabajo en otros sectores que nada tienen que
ver con el suyo. Uno de esos casos es Miguel Ángel Díaz, un arqueólogo
madrileño de 39 años que llevaba más de una década enganchando una excavación
con otra, en algunas de ellas como director, y ahora trabaja en un bar de copas
los fines de semana, mientras organiza de manera altruista una jornadas sobre
la Guerra Civil en Pinto.
Le echaron de su última empresa hace unas semanas «por causas
asociadas a la crisis», cuando estaba llevando a cabo un seguimiento
arqueológico entre Ciudad Real y Cuenca, cobrando menos de 1.000 euros a pesar
de tener que vivir fuera de su casa. «Dependíamos de una subvención de la
Unión Europea que fue retirada, y cuando los ayuntamientos afectados por la
obra tuvieron que hacerse cargo de los gastos, no aceptaron y se paralizó»,
explica Díaz, quien, «aunque está intentando no resignarse», reconoce que de
los cientos de arqueólogos que ha conocido, tan solo «seis o siete» siguen en
el sector.
Menos dinero, peores resultados
En este caos, hay algo que a los arqueólogos les preocupa
tanto como su empleo: las precarias condiciones en las que tienen que llevar a
cabo muchas de las excavaciones. «Las consecuencias de la crisis sobre los
yacimientos en sí son también terribles. A raíz de la caída de los
presupuestos, la calidad del resultado se ha visto afectada. El arqueólogo
tiene que hacer el mismo trabajo que hace siete años, pero con menos material,
menos personal y en un plazo de tiempo menor. Ya no puede hacer, por ejemplo,
todas las pruebas de datación que se necesitan, y eso significa que se pierde
un nicho de cultura», subraya Del Pozo, que ha visto como en la última empresa
en la que estuvo trabajando había unas 40 personas en nómina y ahora solo queda
el dueño.
«He tenido que trabajar en condiciones inadecuadas porque lo presupuestos cayeron un 30%»
«En mi última
empresa, he tenido que trabajar en condiciones inadecuadas porque los
presupuestos cayeron un 30%. Eso ha afectado a la hora de hacer analíticas como
la del carbono 14 o la dendrocronología. La situación de la arqueología desde
2008 hasta ahora es absolutamente precaria y tiene muchas papeletas para
desaparecer», comenta Pablo Guerra, otro de esos arqueólogos que acaba
de ser despedido tras ocho años trabajando en una empresa que llegó a tener más
de 100 arqueólogos contratados durante las obras de la M-30, y ahora
solo tiene a seis. Su pecado, no aceptar una rebaja del 28% de un sueldo de
1.300 euros limpios al mes que le hubiera convertido en mileurista, teniendo
que trabajar fuera de Madrid. Y eso después de ver como su mujer, también
arqueóloga, tuvo que dejarlo hace un par de años porque ya no había trabajo.
«Son ejemplos de cómo se encuentra el sector. Profesionales bien cualificados
que no pueden dedicarse a lo que se han preparado o cobrando 800 euros netos.
Me parece una auténtica vergüenza», critica.
Guerra acaba de plasmar todas estas experiencias en su
primera novela, «El hallazgo», en la que relata las
andanzas de un doctor en Historia, Lancaster William, que cumple su
sueño de ser arqueólogo y, con el tiempo, va desencantándose con la profesión.
«Hoy Lancaster no estaría trabajando, pero seguiría buscando trabajo. No se
rendiría. En mi caso, de momento me voy a Florencia a quitarme la tesis y el año que viene
a Estados Unidos a intentar trabajar», concluye.
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